sábado, 27 de abril de 2013

POSITIVO

La palabra positivo viene del latín positivus (puesto explícitamente). El término está formado por la palabra positus (puesto, participio del verbo ponere) y el sufijo -tivus (-tivo = relación activa o pasiva).
El término positivo-positivismo aparece en la historia de la filosofía en el siglo XIX con el auge de las ciencias naturales y la filosofía de Augusto Comte. Tras el exceso idealista de los filósofos alemanes, y fundamentalmente del idealismo de Hegel, aparece una concepción filosófica antiidealista que tiene su inspiración en la ciencia de Newton. La ciencia de Newton presume de basarse en los hechos, en los datos concretos y contrastables, en lo que hay, en “lo puesto”, lo positivo. El positivismo de Comte afirma que este conocimiento es el verdadero conocimiento y, frente a él, el conocimiento metafísico idealista resulta especulativo, imaginativo, fantástico, carente de una referencia concreta a los hechos. Resulta entonces lo negativo.
Durante el siglo XIX, y a imitación de la física de Newton, surgen las ciencias naturales más representativas: química, biología, botánica, etc. Las ciencias naturales, que se basan en hechos y utilizan el método científico de Galileo, son llamadas, desde entonces, ciencias positivas. Frente a ellas están las ciencias humanas o hermenéuticas (sociología, historia, etc) y las ciencias formales (matemáticas y lógica)

domingo, 21 de abril de 2013

PSICOPOMPO

Psicopompo es un ser que en las mitologías o religiones tiene el papel de conducir las almas de los difuntos hacia la ultratumba, cielo o infierno. La voz proviene del griego ψυχοπομπóς (psychopompós) que se compone de psyche, "alma", y pompós, "el que guía o conduce".

El dios psicopompo por excelencia en la mitología griega es Hermes; su cometido aparece explícitamente en la llamada Deuteronékyia, comienzo del canto 24 de la Odisea en estos términos:

“El cilenio Hermes llamaba las almas (psychàs) de los pretendientes, teniendo en su mano la hermosa áurea vara con la cual adormece los ojos de cuantos quiere o despierta a los que duermen. Empleábala entonces para mover o guiar las almas y éstas le seguían profiriendo estridentes gritos. Como los murciélagos revolotean chillando en lo más hondo de una vasta gruta si alguno de ellos se separa del racimo colgado de la peña, pues se traban los unos con los otros, de la misma suerte las almas andaban chillando y el benéfico Hermes, que las precedía, llevábalas por lóbregos senderos. Traspusieron en primer lugar las corrientes del Océano y la roca de Léucade, después las puertas del Sol y el país de los Sueños y pronto llegaron a la pradera de asfódelos donde residen las almas (psychaí), que son imágenes de los difuntos (eídõla kamóntõn)”.

El carácter psicopompo de Hermes está conectado perfectamente con el resto de las especializaciones del dios, y sus funciones en el campo de la mediación presentan una coherencia estructural grande; de dios viajero y protector de los territorios ambiguos y limítrofes pasa fácilmente a ser divinidad que ayuda en el trance del acceso al más allá. La propia limitación de su cometido al momento justo del tránsito, sin que se adentre más allá del límite externo del inframundo, es característica de la preeminencia de Hermes no sobre los espacios establecidos, sino sobre los espacios de transición.