La palabra "progreso" viene del término latino progressus.
En un sentido genérico indica avance o avanzar hacia delante, pues progressus
está formado por el prefijo pro- (hacia delante) y el verbo gressus
(ir o marchar). No obstante la raíz de gressus es gradus que
podemos traducir como peldaño. De hecho las gradas en un estadio son una
especie de escalera donde cada nivel se asemejaría a un escalón. Siendo
así, una traducción más afín a la
etimología de progreso sería un avanzar a la vez hacia delante y hacia arriba,
superando distintos niveles o peldaños. Progresar sería entonces subir una
escalera.
Es en el siglo XVIII cuando se empieza a gestar el concepto de progreso.
En el seno de la Ilustración, junto a los anhelos enciclopedistas y a las alabanzas
de la razón. Frente a la fe y a la tradición, oscuridades arcanas, la luz del
conocimiento, única linterna capaz de alumbrar un futuro mejor. La idea
decimonónica de progreso indica que la humanidad tiende siempre a lo mejor
gracias a la razón. Esta mejoría se evidenciaría tanto en la ciencia y en la
técnica como en la moral. Pero en el siglo XX, tras dos guerras mundiales,
pocos son ya optimistas en relación con el progreso. Para la Escuela de
Frankfurt los avances técnicos van siempre unidos a una negación del
pensamiento crítico. De manera que el progreso, aun en el caso de que nos
pudiese dar de comer a todos, nos convertiría inevitablemente en esclavos. Los
pensadores decimonónicos pensaban ingenuamente que el progreso en el
conocimiento y en la técnica era prácticamente inseparable de la mejora social
y ética. Muchos pensadores de la segunda mitad del siglo XX consideran lo
contrario, que el progreso conlleva, ineludiblemente, un empeoramiento social y
ético. De manera que la única forma aceptable de ser progresista en el siglo
XXI es confiar en los avances de la ciencia y de la técnica, pero manteniendo
una vigilancia constante en su desarrollo y aplicación. Siendo entonces
conscientes de que el desarrollo de la razón especulativa o la razón instrumental,
que nos permite la técnica, no conlleva un desarrollo de la razón práctica, que
reflexiona sobre la justicia y la felicidad. Por lo tanto, es necesario
diferenciar. El avance científico y técnico aisladamente genera, en el mejor de
los casos, desarrollo. Y sólo cuando este desarrollo repercute positivamente en
el conjunto de la sociedad se puede hablar de progreso.